El envejecimiento cutáneo

El envejecimiento cutáneo

(Artículo de Gloria Sarria Quiroga publicado en el núm. 148 de la revista Farmaventas)

El paso de los años provoca en el ser humano un proceso de deterioro paulatino de los diferentes órganos y sus funciones, unas modificaciones morfológicas y fisiológicas que denominamos envejecimiento. Éste es universal –ocurre en todos los seres vivos-, progresivo, gradual e irreversible, y determina una pérdida progresiva de la capacidad de adaptación de cada uno de los aparatos. Algunos cambios están relacionados con el funcionamiento de nuestro organismo, pero otros se aprecian en la propia estructura del mismo, como la piel, que se podría decir que es el signo más visible de la senescencia. La piel ocupa una superfície de dos metros cuadrados, y pesa aproximadamente cinco kilos.

Es fundamental para protegernos del medio ambiente, regular la temperatura corporal através del balance hidroelectrolítico, y contiene entre otros los receptores del tacto, el dolor o la presión.

Cambios de la piel y sus consecuencias

La piel está constituida fundamentalmente por tres capas, que con el paso del tiempo van a sufrir modificaciones. La capa más externa es la epidermis. Está formada por células de la piel, melanocitos y proteínas. Lo que ocurre en esta capa al aumentar la edad es que se adelgaza, el número de melanocitos disminuye y los que quedan aumentan de tamaño. Consecuencia de todo ello es que la piel envejecida aparece más delgada, pálida y traslúcida, pero además con manchas pigmentadas más grandes especialmente en áreas expuestas al sol.

La capa media de la piel es la denominada dermis. Esta capa contiene los vasos sanguíneos, los nervios, los folículos pilosos y las glándulas sebáceas. El paso del tiempo asociado a otros factores como la nicotina de los cigarrillos hace que los vasos sean más frágiles, se puedan romper con mayor facilidad y aparezcan pequeñas equímosis. Además, esta capa también se adelgaza, lo que favorece la aparición de arrugas en la piel. Por otro lado, las glándulas sebáceas producen menos cantidad y calidad de sebo, lo que disminuye la humedad de la piel pudiendo causar mayor sequedad y prurito.

La capa subcutánea se sitúa por debajo de la dermis. Es muy importante porque contiene las glándulas sudoríparas, algunos folículos pilosos, vasos sanguíneos y grasa. La grasa subcutánea tiene la función de aislar y amortiguar, por lo que el adelgazamiento que sufre con el envejecimiento aumenta el riesgo de lesiones. También reduce la capacidad de mantener la temperatura corporal (una función muy importante de la piel en el ser humano) que puede provocar hipotermias con mayor facilidad, al igual que la disminución de la producción del sudor por las glándulas sudoríparas puede condicionar hipertermia o insolación.

Cada capa además contiene tejido conectivo, compuesto por fibras de colágeno para dar soporte y de elastina para aportar fuerza y flexibilidad. Los cambios en este tejido reducen la resistencia y la elasticidad, lo que se conoce como elastosis, que ocurre mucho más en áreas de la piel expuestas al sol.

Factores relacionados con el envejecimiento

El factor más importante relacionado con el envejecimiento de la piel es el sol. Los dermatólogos reconocen que el 90% de los problemas asociados al envejecimiento son el resultado de demasiada exposición solar. La radiación ultravioleta produce alteraciones en la estructura de la piel. La radiación UVA posee mayor poder de penetración en la piel que la UVB, pudiendo afectar a todas las capas de la piel hasta la dermis profunda. Los UVB tiene acción melanogénica y eritematógena, pueden alterar el DNA celular y por tanto se convierte en un factor carcinogénico. Por su parte los UVA afectan a la dermis alterando la vascularización y al colágeno, lo que provoca reacciones de fotosensibilidad y deshidratación, lo que conlleva piel seca y poco elástica. Las radiaciones UVA también provocan a su paso mayor estrés oxidativo, que además de ser el responsable de lo apuntado anteriormente, puede provocar cierta inmunosupresión.

Como se ha comentado anteriormente, la nicotina de los cigarrillos favorece el estrechamiento de los pequeños vasos cutáneos, lo que impide que la sangre circule hasta capas más superficiales de la piel, transporte menos oxígeno en la hemoglobina y esto hace que empeore el proceso de cicatrización. Además, el tabaco hace que disminuyan las cantidades de vitamina A, lo que repercute en una menor cantidad de colágeno y elastina, lo que provoca tener una piel menos flexible, y por consiguiente más expuesta a las heridas.

Otro factor que también tiene su importancia en el envejecimiento, a veces prematuro, de la piel es la contaminación. Nuestra piel, que actúa como barrera frente a las agresiones ambientales, acusa rápidamente el efecto a la exposición de la baja calidad del aire en nuestras ciudades. Una mala calidad ambiental acelera la edad biológica de la piel porque aumenta la generación de radicales libres que favorecen la aparición de arrugas y falta de firmeza, se reducen los niveles de vitamina E y C, antioxidantes naturales de la capa córnea, y porque además también disminuye el aporte de oxígeno a los tejidos.

Por último, hay otros posibles factores para el envejecimiento de la piel. El estrés y la falta de sueño, tan habituales en nuestra sociedad actual, se refleja en la piel como sequedad de la misma, manchas o exceso de grasa. La liberación de cortisol en las situaciones estresantes provoca una disminución de la cantidad de colágeno producida por los fibroblastos, lo que favorece la aparición de arrugas. La deshidratación también favorece la delgadez de la piel y la sequedad de la misma. A su vez la pérdida de agua reduce la cantidad de sebo producido, que es impermeabilizante y lubricante, y de ácido hialurónico, que atrapa y moviliza las células del agua. Finalmente, una mala nutrición también afectará a un envejecimiento cutáneo más acelerado, a través de una mala depuración de los alimentos ingeridos.

 

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